Recuerdos - "Listado de prendas"






Lo que era al principio una idea, una propuesta, se convirtió más tarde en una realidad. Pasaba de ser un monaguillo en un convento de monjas de clausura en un futuro seminarista.

Lo que era a largo plazo quedó en una ida a los pocos días. D. Anastasio me auguró un futuro, me decía que tenía madera, que valía para aquello, así es que tras hablar con mis padres dejó todo en manos de D. Alejandro Romero Osborne, Marqués de Arco Hermoso.

Dias más tarde recibía la noticia de que tenía un "padrino", alguien que como años más tarde me aseguraba me pagaría hasta que llegara a Papa. Todo se disparó y empezaron las visitas a Moresco y Salvatierra para proveerme de todo aquello que se requería para ir al seminario.

Toallas, calcetines, calzoncillos y camisetas, servilletas, camisas y pantalones sin haber pasado por el hermano mayor previamente, sábanas y manta, unos babys y hasta un albornoz a estrenar era un lujazo en aquellos tiempos.

Recuerdo a mi madre, a quien siempre se le dió bien la costura y que preparaba en un plis plas unas coderas o unas rodilleras para ese jersey o pantalón que tenía que durar una temporadita más, como cosía en el patio de mi casa con su singer, cosía en una esquinita de las prendaS aquellas pequeñas etiquetas con el número ocho en rojo.

Un número que a la postre distinguiría aquél calcetín negro que aparecía perdido y "engurrumío" en elpasillo camino desde los lavabos a las camarillas, esa ropa que se metía en aquellas talegas, y que en mi caso y en el González Román nos lavaba Juana, de la que siempre me acuerdo con aquella tez arrugada y quemada, una señora mayor que siempre me originaba cariño y agradecimiento.

Nunca temí a la sotana, de hecho me manejaba bien con ella cuando me la "arremangaba" mientras correteaba con mi hermano por la iglesia tras la misa para ver quien apagaba más velas, o veía a las niñas de las Esclavas del Sagrado Corazón de Jesús desde aquella ventana alta de la sacristía a la que accedíamos subiendonos en una mesa grande, y en la que siempre nos pillaba la madre Amparo que nos veía al trasluz de las cortinas desde su torno

Pero la sotana en el seminario fue abolida, nos enfilábamos ya al cura obrero, al cura de pantalón tejano y camisa de a cuadros, así es que perdí la oportunidad de tener una sotana propia con su correspondiente beca de paño grana. Y entre lo delgado que estaba, qué digo, entre lo canijo que yo estaba que me llamaban hueso cuqui, tenía en los pantalones que me compraron para que me durara dos cursos, tenía más pliegues que las cortinas del salón de actos.

Tiempos aquellos de carencias que en vez de pictolines le quedaba a uno la opción de pegarle un apretón al Kemphor de Bernardo que utilizaba una pasta de dientes propia de la capital, y que no había llegado aún a los pueblos. Carencias, pero como decía D. Servando, bien peinaíto y con los zapatos brillando parecía uno un señorito.