Dos Hermanas, 15 de Agosto de 2.005 A mi querida Madre Juana Sánchez Pérez Mamá, hace tiempo que te fuiste en silencio sin decirme que te ibas. No te despediste de mí. Ingresaste en el hospital un miércoles por la dolencia de los costados, espalda y tos de un resfriado. Hablé contigo y me decías que no fuera a verte, que te encontrabas bien. Te fuiste sin decirme que te ibas. Cuando me avisaron de que te habías ido, no me lo creí. No podía ser. Si .. me habías dicho la tarde anterior que estabas bien y que te daban el alta al día siguiente, ¿Cómo es que te fuiste sin decirme que te ibas?. Cuando me avisaron, no me lo creí, y sin embargo, salí corriendo despavorido a tu encuentro. Cuando llegué, no quise, no quise verte porque no quería mirar a un cuerpo inerte, rígido, con color a tierras y sin vida. Prefería el recuerdo vivo de tu imagen irradiando alegrías. Me quedé compungido y huérfano. No supe llorar. Te llevé en tu último viaje sobre mis hombros para sentirte más cerca de mí, me invadiste en cuerpo y alma por dentro, pero no supe llorar. No supe llorar. Es verdad que las lágrimas surcaron mis mejillas durante muchos días y continúan deslizándose con frecuencia callada. Es verdad. Te fuiste sin decirme nada. O ¿no diciéndome nada, me lo dijiste todo?. Yo, me quedé entre mis lágrimas, sin saber llorar, con mi rosa y sus pétalos caídos, sin vida y con la desesperanza de perder parte del jardín en donde había nacido. Recuerdo, cuando niño, que me mimaste, que me lo diste todo. Incluso lo que no tenías, lo buscaste para mí. Cuando adolescente, me arropaste y cuando adulto, me comprendiste. Fui niño afortunado por tener una gran madre. Fui adolescente afortunado, por tener una gran madre. Y fui adulto afortunado, por tener una gran madre. Yo te hablo de mí y de mis sentimientos. ¿Te acuerdas cuando me mandabas el almuerzo liao en una servilleta con el chofer del tranvías de línea al bar Alegría y yo lo recogía para irme al colegio de los salesianos de Jerez?. ¿Te acuerdas?. ¿Te acuerdas de las caminatas que dabas hasta la casa de la Beltrana?. Se que te acuerdas. Yo también. Fuiste madre sacrificada, ama de casa educando y trabajadora como nadie. Fuiste coqueta hasta para irte sin decírmelo. Tu cajita de polvos. Tu colonia. Escogiste el mes de Mayo. El mes de las flores, porque tú fuiste una de ellas, una rosa de pétalos vivos llenos de color, de vida, de fuerza y encanto. El mes de las madres, para dejarme huérfano. Y, el mes que quiero y admiro por su colorido, por la explosión de vida de la naturaleza y porque en él me pariste y me diste a la vida como una flor más del jardín del paraíso perdido. Mamá, ¿sabes?, no te tengo nada que agradecer. Nada. ¿y . sabes por qué no te tengo nada que agradecer?, porque no sería buen hijo si tuviera que agradecerte algo. Yo, te tengo que querer, porque fue una de tantas cosas de las que me enseñaste. Te tengo que admirar. Te tengo que venerar. Te tengo que sublimizar. Te tengo que . tantas cosas que Bueno. Por eso no te tengo nada que agradecer. Me diste tus alegrías, tus carnavales. ¿Te acuerdas cuando me vestías con harapos disfrazado y cara tiznada con picón y salíamos por las calles pregonando no sé qué cosas?. ¿Te acuerdas?. Y la felicidad de la vida en su aspecto positivo. Cuántas veces me dijiste: ve allí: El no, ya lo tienes. Nada pierdes. No te acobardes nunca. Mira a los ojos. Presenta cara a los problemas. ¿Y si te dicen que sí? . Pues eso es lo que te encuentras. ¿Cuántas veces me lo dijiste?. Muchas. Fue una máxima y una manera de ver la vida siempre. Mamá, ¿y qué me dices de tu enamoramiento perdido hacia mi padre, tu espeso?. ¿Qué me dices?. ¿Nada?. ¡Claro!. ¿Qué me vas a decir?. Estabas ciegamente enamorada de él. No veías otros ojos azules, ni pestañas de oro como las suyas. Estabas atrapada por él y le dabas todos los mimos. No te cansabas de decir su nombre. Es verdad que pasasteis juntos malos momentos para sacarnos a todos tus hijos adelante. Calamidades, enfermedades, necesidades, pero salisteis siempre adelante con ese espíritu de lucha que siempre te ha caracterizado y que me has transmitido. Mamá, me ha costado mucho escribirte esta carta. Es verdad que no te escribía desde hacía muchísimo tiempo. Es verdad. Casi siempre, fue la norma de hablarnos entre nosotros y nos contábamos nuestras cosas, pero hoy lo he hecho para rendirte el homenaje de un hijo que se siente con el deber y la obligación del reconocimiento a tu entrega abnegada y del amor que siempre nos profesamos. Hasta siempre no, hasta luego. Tu hijo Simón. |