EVOCACIONES PILEÑAS

   

“CRÓNICA DEL CINCUENTENARIO DE PILAS”
 

La noche fue una tempestad sin moderación, las tormentas presagiaban un día triste y el aparato eléctrico llenó de culebrinas la víspera del 10 del 10 del 2010. Se diría que el otoño había decidido aparecer con sus mejores galas. Pero desde que salimos de El Puerto de Santa María, Dios estuvo azul –que diría Juan Ramón- con un cielo espléndido. Frente a la Sierra de Gibalbín, por El Cuervo, el otoño andaluz ya se había convertido en un canal de luz, de variados verdes y de aureolas rosáceas. En Sevilla, la travesía del puente de la Expo era ya una auténtica procesionaria de vehículos.

La llegada a Pilas por la carretera de Hinojos está señalizada por el campanil de la torre, el mejor símbolo del Seminario. Efectivamente, divisamos la estilizada atalaya asomándose a todas las casas del pueblo y a sus viñas y olivares. Es como una saeta que se lanza al cielo y nos hace levantar los ojos a Dios. La atmósfera estaba limpia como una patena, llegando a herir nuestros ojos con la irradiación de los rayos solares, mientras los ánimos se henchían de amistad y de fraternidad.

El muro de entrada y el patio principal están inundado de enredaderas y de aquellos naranjos que vimos crecer en nuestra juventud. Es todo un símbolo, ahora, tupidos y fuertes dando frutos. Un buen número de antiguos alumnos se habían adelantado y habían pasado la noche en el hotel en que se ha convertido el pabellón “colgado”. Y otros muchos estaban allí antes de las diez de la mañana. También don Ignacio, como siempre, era un adelantado para no perder ninguna de las bienvenidas de los que habían respondido a la convocatoria. Representantes de todos los cursos que han pasado por Pilas.

Abrazos, besos, apretones de manos; ensartes de nombres hipocorísticos con que nos denominábamos hace cincuenta años y anécdotas a borbotones evocadas en cada rincón del formidable complejo juvenil. Con tristeza en el alma, entramos en una capilla mutilada y deformada; rincones bellísimos desparecidos; huertas, vaquerizas, cochineras y campos de deportes vendidos al mejor postor; salones convertidos en improvisados servicios hosteleros y transformaciones cutres e inadaptadas de las fantasía de don Fernando Barquín. Cerca de 300 antiguos alumnos con don Ignacio, los antiguos formadores, los profesores y una buena representación de las mujeres recorrían los rincones guiadas por cicerones propios.

La misa fue una mesa para mayores, con el alimento de la palabra ofrecido por don Ignacio y la cena del vino y el pan repartido por los concelebrantes: don Ignacio, Manolo Lora, Antonio Ríos, Narciso Climent, Pepe Paloma, el diácono y Pepe Marín como director del coro. Don Ignacio llevó sus limitaciones con gallardía y sus palabras fueron acogidas como cuando hace medio siglo comenzábamos el día. Un formidable vídeo nos humedeció los ojos ante las imágenes de los grupos de chavales y jóvenes profesores con un don Ignacio gallardo y apuesto.

Después de la misa, el homenaje. Profesores y antiguos alumnos desfilaron por allí intentando explicar lo que todos sabíamos. Creíamos que los únicos ajenos serían don Ignacio y Jesús Jiménez, su familiar. Nada más erróneo. El chivato de internet ya se había encargado de aclarar el contenido de aquella magna asamblea. Pero a todos nos agradó volver a oír que don Ignacio era el símbolo que nos unió entonces y el que nos sigue uniendo ahora.

El comedor nos acogió de nuevo con una comida exquisita y evocadora de aquellas que devorábamos con avaricia en los años 60 y 70. Y una sobremesa espléndida. Don Ignacio, cansado, se despidió con el alma pletórica de encuentros, recuerdos y evocaciones. Se llevó el vídeo y el cuaderno con su semblanza. Pronto llegará a vuestras manos con otros obsequios memorables de un encuentro que guardaremos en lo más recóndito. Es la historia.

Cuando volví a casa después de la gran asamblea que nos reunió a tantos amigos, me asaltaron muchas ideas: “No sé si el mundo es bueno o es malo...pero sé que es la forma y expresión del mismo Dios.” “No sé si este mundo es el mejor de los posibles, pero he gozado y he sufrido como nunca había sospechado”. “Sé que me gustaría que este mundo fuera mejor; en mis manos está la posibilidad de esa mejoría.” “Si todo lo que hay en este mundo fuera bueno, no existiría la bondad y moriríamos de tibieza.” “Si Dios no fuera capaz de sacar mayor bien que el mal que nos rodea en este mundo, dejaría de ser Dios” –dijo una de las cabezas más preclaras de la humanidad, San Agustín-. “No te impacientes por las limitaciones que tienes, es la ley de nuestra existencia; espera un poco y darás plenitud a todo lo que añoras.” Hasta el próximo encuentro.

11-10-2010



© "Los niños de Juan Manuel" - Junio 2009"