LA PAZ SIN SALIR DE PILAS

Lantana


Hace unos días leía un artículo publicado en el Diario de Sevilla, con este mismo título que me volvió a traer recuerdos, y que lo pongo aquí para su lectura .

Lo cierto es que todos nosotros, que hemos convivido allí varios años, hemos tenido la oportunidad de sentir esa paz en cualquier momento del día. Caminar cuesta abajo desde el muro de la capilla hasta el huerto y bordearlo en un silencio absoluto que dejaba oír el trinar de las crías de los gorriones pidiendo rancho, mientras observabas la rectitud de los surcos y los naranjos repletos de fruto.

Cuando llegabas al punto más lejano, el camino empezaba a desviarse hacia la izquierda en forma de uve, y según ibas enfilando de nuevo el camino con sus arboles de pelotillas a ambos lados, te empezaba a llegar el jolgorio de las gallinas y algún que otro bramido de esas gordas vacas que nos daban la leche de todos los desayunos y meriendas de cada uno de los días, sin faltar uno.

Aquél camino dejaba a su izquierda los campos de fútbol, y más arriba la piscina, y un poco más todavía los campos de baloncesto y el de tenis. En el otro lado, a su derecha, esos campos para que pastaran las vacas y los terneros que solo lo delimitaba un fino alambre que más de uno cogíamos con las manos para tener la certeza de que producía pequeñas descargas eléctrica. Aquél camino pasaba en silencio por los pabellones de dormitorios y de estudios para terminar girando a la izquierda por delante del patio y la entrada principal. Aquél camino de tierra era especial en aquellos días de competiciones de atletismo convirtiéndose en pista oficial que pateaban todos los atletas que competían de Sevilla y que producía a más de uno extensos suspiros y a otros esos pinchazos en el lado dejándolos "ajigados"

Fueres por donde fuere, la naturaleza te acompañaba en tus pensamientos y reflexiones, las sombras de los arboles eran tu refugio, las cepas de las viñas de los campos que arropaban al seminario se convertían en mares verdes que se perdían en el horizonte y sus hojas se movían por el aire como si fueran pequeñas olas.

Aquello era la paz sin salir de Pilas, una paz que se evaporaba tras el sonido de la sirena y unos campos que eran invadidos en los recreos como una marabunta humana presta a coger la porteria cercana, el mejor aro, el campo de tenis,.... y a pesar de todo ese maravilloso ruido de fondo, te sentabas en la escalinata del muro de la capilla y mirando al infinito, soñabas despierto ser el rey del mundo recibiendo en tu rostro los rayos del sol de la mañana.

Y en sus atardeceres revuelo en el cielo de trinos. Golondrinas y vencejos que llenaban sus buches de mosquitos y pequeños insectos mientras marcaban en el aire, lleno del aroma de los pomelos, naranjos y limoneros, lineas curvas de vuelos rasantes y perfectos haciendo verdadero alarde de pericia para envidia de cualquier piloto aéreo. Un poco más tarde cuando el sol ya se acostaba, el silencio se acompasaba con el canto de los grillos y las ranas que te acompañaban en tu sueño como si de una nana se tratara.



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© "Los niños de Juan Manuel" - Junio 2009"