La niña se nos va

Santa Justa


Se nos va la niña, ¡ la niña se va ! corre que te corre pá Santa Justa, catorce maletas de carrito llenas de ropa de verano y de invierno, porque, la niña se va, se va para una larga temporada, ¡ Dios sabe hasta cuando !. La madre "arreando" con dos carritos de maleta en cada mano, el neceser colgado en uno de los codos, y resoplando, venga resoplar porque la hora está encima y el tren a nadie espera.

Los taxistas se sonrien con guasa dejando uno en entredientes escapar "mare mía tendrían que a vé alquiláo por lo menos un microbus de Tussam", porque visto desde la ventanilla del taxis, lo que venía era un hilera de maletas una tras de otra enfilando la puerta central de la estación, a toda marcha y rechinando en el asfalto, echando chispas, aquellos parecía las vagonetas de Indiana Jones perdida en una de aquellas cuevas en unos enreversados railes con caida de 45º y sin frenos.

Al frente de la expedición la niña lagrimosa con el billete en la mano abriendo paso, buscando con ahinco el número del vagón, ¡Ay mare mía es el último ! paso, paso, déjennos pasar, y abriendo paso entre la multitud que se agolpa en los andenes despidiendo a los familiares, hace ademanes a lo suyos con la mano que lleva libre y con la que de vez en cuando se ponía bien el flequillo para estar más guapa. ¡ Paso por favor !, que viene los míos cargados hasta las trancas.

La madre pasa como puede, el chiquillo que la sigue con otras dos maletas de rueda no pierde estela, y eso que una de las ruedas se había "apalancáo" al eje, pero allí estaba echando una mano, qué digo las dos manos, coloráo como uno de esos lebrillos de manteca, y preguntado a gritos a su hermana ¿cuanto falta?.

¿Y el pare?, el pare ya la lió en el último paso de cebra cuando en un traspies se fue el suelo dejando desperdigás las maletas y los bolsos, las cajas de libros, las petacas repletitas de "manduca" para que a la niña, a donde fuere, no le faltara de ná. Los coches se agolpaban unos tras otros, empezaban a pegar pitíos, nerviosos hasta que vino el guardia, levantó al padre y le indicó en donde estaban esos carritos que se lleva ahora y que solo cuestan un euro por todo el tiempo del mundo.

El hombre escoñáo en la rodilla izquierda, el codo derecho, en la rabadilla del culo, hizo un esfuerzo, no sería el último, y empezó a cargar el resto de maletas de ruedas, las cajas y los petates, y metiendo los riñones empezó a despejar el paso del cebra con la alegría consiguiente de los allí retenido y que acompañaron a la carga de cada uno de los bultos con un ¡ iiiiinnnnn !, aquello era un cachondeo. Aquel hombre nada acostumbrado a esfuerzos físicos empezaba a sentir los primeros calambres pero se sobreponía con una retahila ¡ todo sea por la niña !, ¡ vamos ! ¡ vamos que tu puedes !, y tanto ahinco puso que aquel carro empezó, no a correr, a volar, visto de lejos parecía una de aquellas furgonetas de los moros que cogen la nacional dando "canvayás" en busca de Algeciras para pasar el Estrecho.

El carró enfiló al andén y cogió carrerilla mientras bajaba por aquella escalera plana eléctrica, tenía tanto peso que no lo frenaba ni las estrías de los escalones, menos mal que el tío de la estación no le quito ojo nada más pisar el vestibulo, y con los altavoces estuvo al quite pidiendo que por seguridad despejaran los andenes que venía un vehículo peligroso, descontroláo y sin visión aparante. Aquél hombre parecía a Ben-Hur cogío a las riendas de la cuadriga y orientándose de oído al grito de ¡ papá por aquí hijo, que siempre vas dando el cante !

Emulando a Pedro Picapiedra "jincó" los tacones de los botos, porque era rociero y hasta se duchaba con ellos, y dejó a aquél carro clavaíto delante de la puerta de acceso al vagón y al compartimento 7, el 7 justo en la mitad del vagón, lo que faltaba, de un vagón de pasillo estrecho y en el que se agolpaba los viajeros, que llegaron a su hora, despidiendose de sus familiares y amigos.

El jefe de tren viendo aquél guirigáy pidió como si de una corrida de toros se tratase despeje de plaza, el tren estaba a punto de salir, las maletas se agolparon en la plataforma del vagón, el water quedó momentáneamente inutilizado para ese trayecto porque en el compartimento no cabía ya ni el neceser. El revisor le largó un suplemento nada más salir y antes de llegar a la Rinconada.

Pero volvamos al andén, visto desde la ventanilla del tren, era un cuadro, lágrimas y sudores, lamentos y calores, el pare, la mare y el hermano los tres allí esquajaringaos, asomando unas leves sonrisas en sus labios y tirando con las manos besos, despacio, como si fuera a cámara lenta, relentizáos, mientras el tren tras un largo silbido y con el aviso de los tablones de marcha iniciaba lentamente su recorrido, ¡ adiós niña ¡ ¡ cuídate ¡ ¡ llama cuando llegue ! ¡ Vuelve pronto ! gritaba la madre....¿pronto?....... déjanos unos días hasta que nos recuperemos, pensaba el padre, mientras la madre balbuceba ¡ ay ! la niña se nos va........

Los niños siempre son los niños de sus padres aunque estos tenga cuarenta años, y siempre llega alguna vez el momento tan doloroso del primer adios, de la primera despedida, y con el tiempo, son ya tantas las veces, que el temor no es que se vayan, sino que se vayan cada vez con tantas maletas y vuelvan pronto.

Universidad de Granada

Dedicado a un buen amigo mío, por las despedidas, por las idas y vueltas, por las maletas.
San José de la Rinconada no tiene estación Renfe, motivo por el cuál ante tamaña pifia, me he visto abocado a corregirlo pertinentemente. ¡ qué de rinconcillos y rinconeros tiene La Rinconada !

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© "Los niños de Juan Manuel" - Junio 2009"