UNA DE HOSPITAL 

La tarde se fue con la llegada de la oscuridad de la noche, el sol se había alejado por el horizonte permitiendo ver las estrellas en el cielo despejado de una tarde de sol.

En la habitación compartida del hospital la familia de al lado, veterano del lugar, entra como un chorreo intermitente e interminable dando besos, preguntando por el mal que le aqueja, y deseando mejoría tras otros besos y con un hasta mañana a la hora de retirarse, ¡qué alegría da ¡ verse tan querido y tan arropado en esos momentos difíciles en los que salud está solo pendiendo de un fino hilo a la espera de resultados.

Las bandejas de la cena irrumpen en la habitación como un acto más repetitivo de cada día, haciéndose un hueco en esas mesitas de noche con ala abatible que le vale de soporte. Como si se tratara de una caja de sorpresa se levanta la tapa para ver el menú. Sopa de fideos, arroz tres delicias y merluza rebozada. Un menú hospitalario que muchos rechazan y protestan, porque es de hospital, y que otros muchos para sí quisieran aunque le falte la sal.

Con la mente puesta en la hora de la mañana siguiente hace uno los primeros amagos de para dormirse, noche larga y ruidosa de timbres que suenan incansables, trasiego de enfermeras y auxiliares que acuden raudo, otras menos, haciendo de los pasillos carreteras comarcales por la que igual circula un carro, que un peatón ajustado a la raya que hace de peralte y sin arcén.

Recién aparecen las primeras claridades del día llegan las analíticas, se encienden luces y suenan los primeros buenos días empezando la actividad diaria, el aseo personal, y quedar en ayunas ya acicalado en compás de espera solo atento a la voz de ¡ vamos ¡, te toca.

Como si el asunto no fuera con uno ojeas la revista de hace una semana y que ya viste ayer en profundidad para transmitir serenidad, aunque las manos humedecidas te delatan. Miras a la puerta cada vez que suenan pasos en el pasillo porque la espera se alarga, la hora fijada queda bastante atrás. Por fin, una voz instruye a las auxiliares ¡ prepara la dos para quirófano ¡ , desnúdate de arriba, te dicen, nos vamos.

Puesto en la cama parece que el pasillo se alarga, las luces del techo pasan rápidamente y después de varios requiebros de pasillos y puertas te “aparcan” junto a la mesa estrecha y dura del quirófano con dos enorme focos grandes que parecen dos ovnis en estado gravitativo. Mientras el anestesista juguetea con tu muñeca, una voz te recuerda para que estas allí, y tras preguntar cómo te llamas, sintiendo una especie de calor revulsiva que te sube por el brazo como un torrente, contestas tu nombre dejando de ser ya tu mismo.

No sientes nada, no recuerdas nada, no sabe cómo ha ido, solo que te encuentras en el despertar y que torpemente balbuceas unas palabras que a ti mismo te suenan incoherentes. Cuatro horas más tarde, y aún adormilado, te devuelven a la 305 para que comience a chorrear tus goteros y con ellos se inicie el proceso de recuperación.

Echado en la cama de la habitación respiras tranquilo, ya todo ha pasado, y te ríes cuando te tocas una nariz que de momento no tienes, allí sigues recostado y deseando salir como un payaso a la pista de nuevo para poner una sonrisa y arrancar carcajadas del público asistente, sin importar que las tuyas puedan ser amargas, porque el espectáculo de la vida continúa llueva o truene, rías o llores, te abatas o decidas retomar el vuelo sobrevolando todos los acontecimientos de tu vida.


Lo mejor de todo cuando te dan el alta y pisas la calle, cuando los rayos de sol te dan en la cara, cuando sientes a tu alrededor la actividad, las idas y venidas……..cuando ya sano, te crees otro.



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© "Los niños de Juan Manuel" - Junio 2009"