La necesidad de comunicarse 

Desde los comienzos del mundo se vea desde donde se quiera mirar la soledad no ha sido nunca buena compañera. A Adán Dios, porque no era bueno que el hombre estuviera solo, le puso a Eva para que pudiera tener a alguien a quien le contara chascarrillos, sí chascarrillos, porque todo era felicidad nunca llegaba una carta de la luz, del agua o de hacienda, y porque los animales del Paraíso salían despavorido cuando lo veían venir, lo que no sabía Adán era la que le venía encima, y el por culeo en que nos ha metido por una manzana, de la que todavía no sabemos si era amarilla, verde, roja, moteada, ácida, dulce, crujiente, arenosa, si una golden, granny o una royal gala,

Los primeros prehistóricos ni hablaban del frio que hacía con aquellas temperaturas glaciares, apenas balbuceaban, se comunicaban por gestos hasta que el más despabilado de todos se tiznó la cara con unos de carboncillos de una de aquellas fogatas que ponían a la entrada de las cuevas, para que no se les colara ningún bichejo, y descubrió el lápiz de carboncillo. Los niños se lo pasaron chupi con el descubrimiento y jugaban pintarrajeando las cuevas de los demás, así empezó el primer graffiti.

Visto lo cual, y para sacar algo positivo de todo aquello, el listo o el que tenía el alma más sensible organizó las primeras galerías de arte, así empezaron a transmitir a las generaciones posteriores todo cuanto veían. Cada vez se iba perfeccionado el sistema y consiguiendo los primeros colores naturales a la vez que era mayor la necesidad de expresar con más detalles cada uno de los acontecimientos sociales, la caza, la danza, y creo que empezaron a hablar cuando ante una de estas obras consideradas maestras que se encontraba en la bética, allá el neolítico, uno de ellos dijo olé, ni siquiera ¡ ay! o ¡ uy ¡, no el tío dijo olé, nunca me contaron si iba completa con “tus güevos”.

El caso es que, para no cansar al personal, decir que siempre hubo la necesidad de comunicar y se fueron utilizando soportes distintos, tam tam, tambores, papiros, papel y los libros, pinturas, escultura, las ondas de la radio, las imágenes de la tele, la fotografía, el teléfono y la guinda final los ordenadores que nos han llevado a esto de internet, de los chat, de las mensajerías, a las video cámaras, aplicando todo esta tecnología a los Ipad, las tabletas y los Iphone.

Pero el medio de comunicación por excelencia en todos los tiempos ha sido la palabra, el corre ve y dile, cantautores, los juglares, los pregoneros, los chismorreos, ir con el cuento a otro, largar por bajini, en definitiva buscar una conversación, sentirse escuchado y ser a la vez oyente de algún otro. Era tal la necesidad que se creó la figura del confidente, la del confesor, que uno pecaba solo para poder contarlo y que te oyeran. Todo porque estaba y está mal visto que uno hable solo y tener que buscar a modo de excusa cuando te ven, que estabas pensando en voz alta.

Hoy en psiquiatría mantienen que está cuerdo quien habla solo, que es bueno hablar con uno mismo en voz alta porque ayuda a razonar y a tomar decisiones, y que es bueno para rebajar la intensidad emocional. Dicen que Rojas Marcos afirma que "es bueno antropomorfizar a los animales y a las plantas, los efectos son similares a comunicarte con un ser humano". Para el psiquiatra, la gran ventaja de hablar, solo o con público, es que "al poner palabras a los sentimientos, los sacas de tu cabeza, haces tu versión de los hechos y cuentas tu historia". Este experto en estrés postraumático cree que es importante "teorizar" sobre lo que nos pasa. "Los sentimientos que no tienen palabras se acumulan en la memoria emocional. Por ejemplo, las imágenes y los olores de una situación de terror se quedan en la memoria emocional y sólo convirtiéndolas en palabras pasan a la memoria verbal. Lo más sano es pasar lo que se acumula de la memoria emocional a la verbal".

Tal vez por eso yo me harto de hablar conmigo mismo, de pensar en voz alta, además “soy el único que me entiende perfectamente”. Cuando se está de bajón se oye un ¡vamos , vamos!, ¡ adelante ¡, y para tapar soplos frases de aliento para que se conviertan en suspiros de alivio.

Todos tenemos la necesidad de estar acompañados, de expresar un sentimiento, de tener un interlocutor con el que pegarte enormes parrafadas, de preguntarle muchos porqués y entenderle sus silencios, sin sus palabras que te dicen todo sin decirte nada. Tener al compañero fiel que te acompaña a todos los sitios sin ocupar plaza, tu otro yo, el confidente que aguanta un chaparrón sin rechistar, el que asiente en silencio.

Lo dice hasta la canción ¡ Yo tengo un amigo que me ama, me ama…. ¡ y es que todos tenemos por ahí algún amigo que si no te ama, al menos te aprecia, y con el que disfrutas cuando compartes algo de tu tiempo, cuando le tiendes tu mano, cuando recibes un abrazo, cuando charlas, cuando ríes.

Un amigo mío le gusta pasear y contemplar, transmitir lo que ve, pensar en definitiva en voz alta, pero no lo hace solo lo hace con su amigo imaginario al que llama Peneque. Peneque sabe más de este amigo mío que nadie, pero le es fiel y no suelta prenda, Peneque es su oyente incondicional, siempre está atento, no balbucea ni transmite desaliento, aunque a veces le pase por su cabeza pegarse un carrerón o perderse por un rato para tomarse un respiro.

Yo me llamo Manuel, y aunque a veces también hable solo, no me importaría ser y que me llamarán Peneque, ser de todos todo oídos.

Oyente imperturbable



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© "Los niños de Juan Manuel" - Junio 2009"